A mí me pasó muchas veces. Me decía “esta vez sí”. Esta vez me voy a elegir. Esta vez voy a sostenerme. Esta vez voy a empezar eso que tanto quiero cambiar. Y después… no lo hacía. No era que no quisiera, ni que no supiera cómo. Y tampoco porque me faltara voluntad. Era otra cosa: había emociones adentro mío que yo no estaba pudiendo mirar. Pero en ese momento yo no lo veía así. Yo pensaba que era una falla mía. Que no tenía constancia. Que siempre me pasaba lo mismo. Y me hablaba de una manera que no me ayudaba en nada. Hoy entiendo que no era falta de compromiso. Era que había cosas mías que todavía no podía ni mirar.
Tu energía no está disponible para crecer: está ocupada sosteniendo lo que duele. Y eso no se nota desde afuera. Desde afuera parecés bien, normal, funcional. Pero adentro había una sensación que no sabía ni explicar. Ese tipo de postergación es una señal. Una forma de decirte: “Hay algo que no estás pudiendo mirar.” Y no es algo que una elija. Sale solo.
Es una manera que aprendimos para no mirar lo que nos dolía.
Yo lo viví así durante años. Sabía qué cosas tenía que cambiar, pero no podía sostener nada. Avanzaba, retrocedía, me frustraba. Y no entendía por qué. Todo empezó a cambiar cuando empecé a conocerme. Cuando dejé de mirar para afuera y empecé a preguntarme de verdad qué me estaba pasando adentro. Cuando me animé a ver qué emoción aparecía en mí cuando quería empezar algo nuevo. Qué miedo se activaba. Qué herida vieja tocaba. Ahí entendí algo que me abrió los ojos: postergarme era mi manera de evitar sentir. Evitar el miedo. Evitar la tristeza. Evitar la culpa. Evitar enfrentar partes mías que no quería reconocer.
Por eso hoy puedo sostener cosas que antes no podía. Porque ya no estoy peleada conmigo. Porque ya no me dejo para después sin pensarlo. Porque ya puedo sentir sin desbordarme. Porque ya puedo nombrar lo que me pasa sin sentir que me va a doler.
Y por eso también hoy puedo acompañar a otras personas desde un lugar distinto. No porque me las sepa todas, sino porque estuve ahí, lo viví. Porque me caí mil veces, me frustré, me abandoné y volví a empezar. Porque un día me volví a encontrar conmigo después de años de evitarme, de no escucharme, de no verme.
Esta semana estuve hablando de este tipo de postergación. Esa que aparece cuando lo que te pesa no es el afuera, sino lo que venís cargando en silencio. Esa que duele porque querés avanzar… pero algo no te deja.
Si estás ahí… te entiendo de verdad. Yo también estuve. Y no estás sola.
En las sesiones podemos trabajar esto juntas, sin exigencias, sin juicio.