Hay un momento en el que te cae la ficha de que venís funcionando en automático. Y no hace falta que pase algo enorme. A veces es tan simple como estar cansada todo el tiempo... o darte cuenta que hace días no te escuchás de verdad. Y ahí aparece la pregunta incómoda: ¿Cuándo fue la última vez que hice algo solo porque me hace bien?
La mayoría crecimos poniendo a los demás primero. La casa, el trabajo, la familia... todo urgente. Y claro, lo hacemos con amor. Pero también con un nivel de exigencia que nos va apagando de a poquito.
El cuerpo se da cuenta antes que nosotras. La cabeza dice "dale, una más", "vos podés", "no te quejes ahora". Pero el cuerpo... te frena. Te da cansancio, tensión, irritación. Y si no lo escuchás, te lo repite más fuerte hasta que lo mires.
Creo que el cambio empieza ahí. En ese instante en el que te sincerás con vos misma. Cuando dejás de verte como "la que tiene que poder con todo", y empezás a verte como alguien que también necesita parar.
El problema es que cuando aparece el "quiero un rato para mí", aparece la culpa atrás. Y la culpa es insistente: ¿Vos?, ¿Ahora? ¿Y si alguien te necesita? ¿Y si quedás mal? Pero si te animás a frenar un poquito, te das cuenta de que no es egoismo. Es simplemente no seguir vaciándote. Nadie puede estar bien si vive dejándose para el final.
Y ahí aparece ese gesto chiquito que, aunque parezca mínimo, mueve todo: sentarte, respirar y decirte: No puedo seguir dejándome para después. No resolvés tu vida en ese minuto. Pero abrís una puerta. Capaz hoy tu momento es de cinco minutos. Capaz es cerrar los ojos un ratito. Capaz es decir ahora no puedo, después te ayudo. Capaz es descansar sin dar explicaciones. Capaz es dejar de justificarte tanto. Pero cuando elegís ese ratito para vos, algo adentro se acomoda. Volvés a sentirte parte de tu propia vida. Volvés a escucharte. Volvés a estar ahí para vos. Y aparece esa frase simple pero poderosa: Este es mi momento.
No para alejarte del mundo. Sino para volver a vos. Porque si nunca te incluís, llegás última incluso en tu propia vida. No hace falta un gran cambio. Hace falta un espacio chiquito, solo tuyo. Un ratito donde te recordás que también merecés estar primero, aunque sea de vez en cuando.
Si algo de esto te resonó o te movió un poquito por dentro, me encantaría leerte en los comentarios.